La lluvia, no puede borrar
Un amarillo de postal
Que me persigue
La felicidad
En tecnicolor
Y sin arrugas
Tropieza
Y se cae para siempre
En los techos
De chapa y zinc
Resbala
Y se mata
Definitivamente
Dejándome un alivio
Levemente rosado.

 


Mónica Oliver
Acaso podríamos retacearle un pedazo de vida
a la vida misma? tal vez negarnos a amar seria 
igual a olvidarnos de vivir? Náufragos seríamos, 
me niego a la complicidad necia, siega, sorda 
y muda. Soy vida, amor, palabra, no estoy construida 
de muertos momentos, aun cuando el llanto de niñxs 
me golpea el pecho, me sigo pintando de esperanza, 
acorazada de sueños , aunque sigo buscando 
respuestas, seguire vestida de lucha, porque no 
me negare a la vida como no puedo negarme al 
amor, no sere complice, nunca subiré a la balsa 
de los náufragos de la vida.

Norma Valenzuela


( y ) se cerrará la puerta


terminarán de desplomarse los trebolares
sobre el fin del otro lado


( y ) somos abismos
pisada fraudulenta
(si) caemos en nosotros


( y ) entreazares se juegan los azahares
revolotean
perfuman de melancolía


( y ) despiertan
las mañanas celosas
piensan en vos


se escondieron
como el café de los barrios esquivos


la puerta se abrió



Matías Paredes
Madame Koke

I

            Madame Koke entra al bar. Es gorda y su pollera marrón cae recta sin movimiento. Usa andador de metal cachado. Avanza pegada al mostrador. Las rueditas del andador viborean en los cerámicos brillantes. Los cerámicos no reflejan a Madame Koke. De repente, se detiene frente a las dos hileras de mesas (mesas chicas, dos sillas, dos vasos, una botella y nada más). Levanta la vista de su andador y empieza a señalar a cada uno de los parroquianos (su dedo índice es más corto de lo normal y gordo, con una uña que se pierde entre la carne de unos padrinos despellejados). Madame Koke va señalando uno por uno a los clientes. Los señala y va diciendo sus nombres, un secreto y una suerte de maldición, murmurada, apenas audible. Infidelidades, culpas, vergüenzas van saliendo a la luz de las bombillas grasientas del bar. Algunos lloran, otros se enfurecen, parejas se separan sin más palabras que las dichas por Madame Koke. Unos pocos huyen sin poder evitar el develamiento de aquello olvidado, de lo que se hace a oscuras, en el encierro, en la mirada ensimismada y culposa. Su dedo señala y los colgajos del antebrazo se bambolean marcando el ritmo implacable de lo revelado. Su discurso sibilante de pitonisa malnacida parece terminar mientras veo caer una pequeña cáscara de pintura seca de su andador (roja por dentro, plateada por fuera). Gira y, finalmente, me señala. Se sonríe. Dice: “...y vos sos el peor porque me vas a escribir, robás historias ajenas, las enredás, las manipulás, las encaprichás con complejo de emperador del mundo, un mundo chiquito de vidas ajenas el que te hacés, ladrón, las hacés pasar por tuyas, ladrón, por eso no voy a decir tu nombre para que no aparezca escrito. Yo no te voy a dar ese gusto, escritor, y esa va a ser tu maldición”


II

            Viajábamos en la 513, sentados en la hilera del fondo, hablando poco, mirando mucho. Éramos dos amigos de la secundaria, compartiendo viajes todos los días: del barrio al centro, del centro al barrio. Teníamos mucho por aprender y ganas de hacerlo. Mirábamos e imaginábamos. Un jueves de invierno con el sol ya oculto, yendo para el barrio, Madame Koke subió en una parada que nunca puedo recordar. Todavía nos quedaban varios minutos de viaje. La vimos pararse al principio del pasillo, sin saludar al chofer, sin pagar boleto. Piernas separadas, puños cerrados, una bolsa tejida colgando casi hasta rozar el piso. Todo el colectivo se calló. Avanzó directo hacia nosotros. Barriga bamboleante dividida por el elástico demasiado alto de una pollera marrón caca. Mi amigo decía que estaba en pantuflas. Yo no me acuerdo, la verdad. Un señor amagó a pararse. Madame Koke alzó la mano (callosa de un lado, venosa del otro) y lo detuvo apenas mirándolo. Avergonzado volvió a su lugar, casi tropezando con  los gestos torpes del recular con las rodillas flexionadas. Madame Koke siguió avanzando cabeza gacha, paso firme. Ya no reíamos. A pocos centímetros se paró frente a nosotros, enorme en su obesidad, increíblemente firme en el ajetreo de las calles poceadas que el colectivo atravesaba sin miramientos. Levantó la vista (ojos verdes, de novia de barrio en foto gris) y dijo entonces: “Uno de ustedes va a vivir mucho, muchísimos años, pero nunca será amado. El otro va a ser amado por muchos: familia, amigos, mujeres, pero va a morir joven. No sé cuál es la bendición y cuál la maldición” Luego el colectivo frenó a mitad de cuadra y Madame Koke bajó. Nunca la volvimos a ver.
            Han pasado quince años de aquel viaje. Me he casado joven después de varias novias y convivencias, tengo tres hijos, varios amigos que me visitan a diario, los sábados nos juntamos a cenar en casa y la mesa se llena de bromas, conversaciones, fotos y recuerdos compartidos. Hasta ahora he disfrutado mi vida.
            Ayer por la mañana murió mi amigo de la secundaria. Tenía 28 años. 

III

            Madame Koke tiene un perro al que odia. Es blanco, peludo y pequeño. Todas las mañanas, Madame Koke se despierta con los ladridos de su pichicho. Ladra hasta el mediodía, sin parar, con alaridos agudos, repetidos, continuos. Por la tarde, Madame Koke llena la bañera y ahoga lentamente a su perro. El pequeño cuerpo del animal se revela raquítico entre sus rulos empapados. Es una muerte lenta y perfumada (Madame Koke suele perfumar el agua de su tina con coloridas sales de baño importadas). Finalmente, el pichicho muere entre gorgoteos y pataleos.
            Por la noche, Madame Koke revive a su perro. Así todos los días de la semana, feriados inclusive.
            Pichicho ya no soporta este eterno retorno y fantasea con morir como un perro.
            Madame Koke lo sabe y por eso mañana a la tarde volverá a matarlo, nuevamente, para revivirlo de noche, otra vez.

IV

            Madame Koke ama de igual manera a chicos y a animales.
            Por eso, cuando los chicos insisten en jugar a la pelota en la vereda, discretamente los hace entrar a su casa. Los golpea también con certera discresión y los arrastra a través del camino de piedras del frente de la casa. Raramente, los seduce con la promesa de imposibles dulces multicolores. Esas son mariconadas literarias, piensa Madame Koke, mientras hunde de a dos las cabezas de los niños en el agua de la bañera. Allí se ahogan entre gorgoteos y pataleos no muy distintos a los del perrito. Al atardecer renacen y vuelven a sus casas.
            Los padres apenas notan la diferencia. Inclusive se alegran que sus hijos mejoren en la escuela, ya no respondan mal (en realidad, la mayoría reduce su vocabulario a las palabras justas y necesarias) y colaboran en las tareas del hogar. Son niños muertos revividos ejemplares, el sueño de toda madre y padre barrial. Eso sí, no pueden dejar de asustarse cada vez que sorprenden a su hijo modelo parado al pie de la cama en el medio de la madrugada, los ojos abiertos y el dedo acusador señalándolos.

V

            Madame Koke no cree en la seducción de las curvas infartantes, en las voces rasposas y sensuales, en la sexualidad latente de cada gesto diabólico. Prefiere la efectividad del hechizo, aquel que borra la fealdad con deseo, la vejez con fantasías perversas y el rechazo con una pasión que no entiende de lugar, palabras o prohibiciones. Madame Koke en su sabiduría ancestral conoce muchos de esos hechizos. Nosotros en la ignorancia prosaica de la vida humana lo llamamos amor. Los necios, escudados en una pose intelectual, hablan de química, psicología o rutina.
            Madame Koke hechiza con su mirada y capricho. En las tardes de verano, cuando el sol arrasa el asfalto y el barrio se hunde en la sensualidad pachorrienta de la siesta, Madame Koke sale a la vereda a buscar hombres incautos y afiebrados.
            Sus ojos rodean al hombre en cuclillas que afanosamente enjabona las llantas de su auto. Este siente el calor en su espalda que las salpicaduras de agua no logran calmar. Se para, primero. Y luego se levanta ante la demanda del cuerpo. Se lo puede ver desesperado girar, buscando la fuente de ese calor que compite y supera a la canícula bahiense de enero. Y allá la ve, en la puerta de la casa, enmarcada en las hojas de un muérdago amarillento, pollera marrón caca, elástico tapado por unos pechos desmedidos, brazos en jarra sobre unas caderas macizas. Madame Koke hechiza y espera.
            El hombre avanza ardiente. En su atropellada carrera a través del asfalto hirviente, se arranca en forma bestial los pantalones de fútbol. Sobre las marcas dilatas de brea de la calle quedan los restos del pantalón despedazado: un cinco de color blanco y un escudito bordado de Olimpo. La pasión del cuerpo no entiende de fútbol. El hombre corre ahora desesperado y desnudo. Erecto se atropella y cae arrodillado a los pies de Madame Koke. Sus manos se elevan suplicantes frente al erotismo lujorioso con que cubre sus ojos al cuerpo de Madame Koke. Y en un movimiento desmesurado abre la boca desencajada, babeante que inútilmente trata de abarcar la enorme teta derecha de Madame Koke. Impertérrita, Madame Koke baja la vista y observa al hombre abierto, jadeante, desnudo, excitado y le dice:
-        Chupala.
            Invitación porno que el hombre acepta, palabra mágica que rompe el hechizo y habilita la aparición de la familia del hombre, recién llegada de visitar a la abuelita enferma, que manda saludos y abrazos para el Ricardito, su sobrino preferido que no la pudo ir a visitar otra vez.

            Madame Koke se retira. Ricardo desnudo se descubre arrodillado adorando un culo enormemente feo que se retira frente a su familia que llora confundida y avergonzada. Antes de cerrar la puerta, Madame Koke escupe. El gargajo tiene forma de corazón roto.

Emiliano Vuela
me muevo hacia la soledad

todo esto
ya es un músculo
desgarrado de alcoholes

con el paladar tapándome la cara 
muevo la lengua
cambiándole la ropa interior a lo indecible

viento 
tierra y yuyos volando 

solo lo irracional abraza
ahora lo sé 

clavo los dientes
en el silencio
quiero vivirme 
en tiempo mapuche


Álvaro Urrutia
La casa nunca me habló
Sobre poder observarme
Y sin embargo yo 
Siento los sensores
Paralizando el cuarto
En milésimas cúbicas
El flash incendiario
Tic tac
Parpadeo
No debería dejar que la luz roja
Sea la única en dar forma a los cuerpos.

Dolores Caspe


I.

Imaginá que en la luz
el sonido hierve
-en verano las palabras
saldrían de su pozo-
como una significación
del orden de los días
hasta esparcirse
en la transparencia del sentido

II.

o  imaginá una calibración
               distinta
en la intensidad asignada
como herencia o marca a fuego
como si la suerte
barajara de nuevo

III.

o como si esta canción
no fuera inevitable
no hiciera pie en lo impensado
y yo pudiera dejar
de abrir cerrojos
en el iris de la nieve
y elevar castillos en el hielo

IV.

pero es  desde lo inaudible
que excavamos en la luz
para construir el día a día
con lo que queda

y desde la imposibilidad se nombra
y se predice
porque lo que brilla
es siempre mucho más pequeño.

Marina Kohon
Mi hermana, mi papá, mis vecinos

No creo en la suerte. El destino
-alguien lo dijo- se entreteje
irreversible y de hierro. Lo que no se ve,
lo que no sabemos que exista,
pesa sobre nosotros y nos define.
Todo nos marca. Mi hermana murió cuatro días 
antes de mi nacimiento -eso fue en Bariloche-. 
Por fotos la conozco. Nunca me expliqué 
su muerte aunque varias veces me contaron 
su historia. Hacía frío. Ella estaba como resfriada 
y se ahogó con sus propios mocos. Papá 
la estaba cuidando. Al verla agitarse la tomó 
entre sus brazos y sin saber qué hacer corrió 
hacia el hospital. Al llegar estaba muerta. 
Por mucho tiempo mis papás
lloraron su muerte –era la primer hija-. Papá 
se culpaba. Tiempo después aprendió 
el simple ejercicio que desahoga los pulmones 
y se entristeció más. Ella no alcanzó a cumplir el año. 
Al nacer yo, ella era nadie pero su fantasma
me hizo sombra. La beba de las imágenes
siempre fue la más hermosa. 
Se llamaba Solange de las Nieves, y el blanco
que encendió su rostro 
luego cubrió su tumba. Más de una vez la imaginé a mi lado,
fuerte, cálida. Mucho después, ahora en Bahía, 
teníamos vecinos con los que -vaya a saber uno por qué- 
estábamos peleados: insultos tontos 
porque nosotros -que éramos chicos-
jugábamos cerca de su vereda o se nos perdía la pelota 
en su patio. No nos hablábamos. Así, una noche 
la vecina llegó asustada. En sus brazos tenía 
al más pequeño de sus hijos que con la cara violeta
se esforzaba en respirar. Pedía ayuda. Rápido mi papá 
tomó el auto y subiéndolos corrió al hospital. 
Lo acompañé. En el viaje él iba dando instrucciones 
de eso que se llama primeros auxilios. De pronto el niño
vomitó una flema espesa y verde, y comenzó a respirar. 
Los dejamos en el hospital. Nuestra vecindad 
no mejoró por esto. Las pelotas que caen en su patio 
siguieron perdiéndose, y la vecina aún se queja 
por los ladridos del perro, 
porque pisamos su vereda, 
o porque la miramos mal. 

Gerónimo Unibaso
El arbol no encuentra
rama que toque
la tierra
sin quebrarse
Nadie ve la orfandad
Solo el ocre alcanza
en destino final
el vuelo unico
del descenso.



Viviana Maurizi
Lavandina

“¡Más ropa blanca ha lavado mi madre
 que la que tú puedes comprar!”
 me dijo mi amada.
 Y, entonces, mis ojos lloraron desconsolados,
 deshojándose en mis hambrientos huesos…
“¡Soy pobre! ¡Vete mujer codiciosa!”
 le dije, ya sin el alma en la voz…
 Y mis manos, como garras de dolor
 se sacudían enfermas…
 “Pero antes, mira los trapos que dejas,
 el corazón que arrojas,
 los frascos que guardarás,
 las botellas de lavandina…
 allí estarán mis ojos…”

Matías Esteban

Los Celestes Galácticos en Poesía en la calle (Sierra de la Ventana, Buenos Aires, Latinoamérica)

Rocío Ameri / Andrés Montenegro

Música: The Nellys
                                  Los Celestes galácticos

Bailarines:  Lucrecia Iglesias/  Ramiro Belmonte

16° Encuentro de Poesía en la calle




ICEBERG

“todo lo que refleja el espejo de estas palabras
es el poema”
Andrés Montenegro

Antes que nada
un iceberg no es un iceberg
un iceberg es blanco
en su sentido de contradicción
sólo es igual a sí mismo
no hay hielo
no hay mar
podría llamarse
isla
borde
pero lo llamaremos iceberg
a secas
es un todo con su parte visible
se vive a sí mismo
en un espejo infinito de posibilidades
todo lo que no muestra el iceberges profundidad
la soledad es apenas un aspecto
todos los iceberg están conectados
en esa profundidad
un iceberg necesita construir
sus propias capas de realidad
luz y sombra es su única verdad
los iceberg nacen y mueren
su profundidad es una
y durará
más que la desaparición
de su parte visible
entender que la esencia del iceberg
y su modo de estar
es vivir de sí y para sí
y no respecto de los otros
su aparente división es ilusión
la religión del iceberg
es la unidad
un único destinolo otro es lo uno
la dimensión del tiempo
la dimensión del espacio
es un error
el arte del iceberg
es la tensión
su victoria o su derrota
es apariencia
bailan su danza
para que todo sea
no hay nada
fuera de su estructura
su conocimiento
está marcado por los límites
lo que no es
es lo que no se puede conocer
la nada sostiene la profundidad
lo bueno y lo malo
lo bello y lo feo
lo finito y lo eternomatices que se proyectan
en la apariencia
discurso que siempre
será el rótulo del vacío
disfraz de lo escondido
dos iceberg crecen
juntos como las gotas
de una misma ola
una misma pregunta
en el mar de lo posible
el iceberg se construye
en un único espejo
donde su riesgo es la distorsión
el error es parte
de la verdad del iceberg
sólo así crece
se separa del resto
y busca la totalidad
que abre su corazón de luz
todos los icebergtienen un mismo idioma
el blanco escribe sobre el blanco
donde solamente algo es
si se transforma en blanco
los colores no sirven para explicar
la dimensión de su verdad
todos los iceberg son iguales
todos los iceberg son distintos
la igualdad y la desigualdad
son categorías de la apariencia
todo lo que nace muere
todo lo que muere
tuvo su parte en la función
la muerte es lo no visible
de la función
ser invisible es ser parte
de la eternidad
la falacia del iceberg
es la mirada de los otros
un fantasma con que se juzga a sí mismo
el iceberg no tiene
ningún fin específico
es un mapa de sinsentidos
que en su contradicción
se transforma en verdad
es caos
es cosmos
no hay lugar para dios
el blanco no se alimenta de plegarias
solo de luz
la única manera de comprender
el iceberg es dejar que fluya
su altura debe buscarse
en su profundidad
y allí no hay testigos
el alma del iceberg es el silencio
lo que no es silencio es lo extraño
lo que distrae con su lógica
de la confusiónel canto del iceberg
es la finitud
más allá solo hay respuestas
a lo que no tiene preguntas
su lenguaje muere con la primera palabra
su silencio solo comulga con el silencio
la moral del iceberg
es no obedecer sus reglas
ser siempre su contrario
hallar un camino
donde no hay
no detenerse es el destino del iceberg
sin embargo está siempre en el mismo lugar
cuando pensamos en él
desaparece la respuesta
donde callamos
habita su resplandor
el iceberg nos muestra un camino
donde ir es un no ir
donde ser es una novedad del absurdomás allá de lo que muere y nace
hay un sentido que no tiene sentido
las palabras mueren
la razón muere
el iceberg sólo precisa
de su ser
su absurdo
su gran ciclo
su vacío
su pureza
su nada


Daniel Martínez
Se estrella la copa en el suelo del infierno
Un destello de vida se apaga con el fuego
Fuego divino de lo eterno
La bondad llora en un rincón
Pues no comprende cómo fue que pasó
La tierra perdió.
Se dejó vencer
Por la corrupción
El engaño
Y la desolación
Hoy dejó de girar
El infierno festeja
Su victoria eterna
Su supremacía divina
Las almas están en pena
Es que la miseria es reina,
Y el hambre llegó a princesa
Y entre las 2 gobiernan
Lo más horrendo 
Probablemente es
Que tienen un rehén:
La esperanza.
Con su belleza
y su simpatía
Ay! Pobrecita! 
La torturaron
La mal alimentaron
La ultrajaron
Pero ella no sucumbió
No se doblegó
Jamás se rindió
Acá está
En el juicio final
De pie y sin chistar
Con un vestido verde
Brillante y alegre
Les recuerda

Que la esperanza es lo último que se pierde.


Julia Elías
A MI AMIGA, LA SOLEDAD

Que la soledad
sea una buena compañera.
Que me acompañe
de noche y de día.
Que me regale
la mejor de las sonrisas.
Que aleje
los malos pensamientos
y que no me confunda
los sentimientos ajenos.
Que me enseñe
a cocinar los mejores platos.
Que me enseñe
a estar solo
y a disfrutar de su compañía.
Que me haga escribir
el mejor libro.
Que alce conmigo
{a copa que no estaré solo
y brinde por todos
por todos los que están solos
este fin de año.
Ella es buena consejera.



Alejandro Di Meglio
Podría inmortalizarte en este poema.
Podría escribir tus ojos, tus muecas,
Tu rostro y describir tu risa.
Podría escribir la noche y el sol cuando estoy contigo
Podría abrazarte en cada letra,
Entregarte alma y vida en un papel.
Podría gastar todas las verdes hojas de un árbol
Grabándoles tu nombre
Para que el sol pase entre ellas
y me des calor hasta en sombra.
Podría dedicarte cada poema de amor
Que ande y aún no sobre el mundo.

Pero eso me obligaría, si nos perdemos,
A que no escriba más.
A que no me guste la poesía.

Porque amor, si yo llegara a escribirte en un poema,
Si mi letra llegara a probar tu sonrisa.
Si llegaran, mis palabras, a saber
Como yo sé
El gusto de tus labios.
No sabrían, ni podrían escribir de otra cosa.



Ailén Castillo